Fujimori: 25 años … ¿Y el resto?


En la prensa se discute si la sentencia es justa, si es suficiente, si el recurso de nulidad prosperará, cuán efectiva será la sentencia.

Rondan preguntas, acicateadas por la indignación y las airadas afirmaciones de mi compañera mientras esperábamos la hora de la sentencia. Reiteraba especialmente una: ¿y el resto? Porque tal vez el ánimo del momento, la sensación de justicia concreta y también histórica, el breve chispazo del momento, nos obnubila, y hace que dejemos de lado un tema esencial: en los 90’ no sólo vivimos (o sufrimos) un gobierno. Vivimos y sufrimos un Régimen. Así, con mayúscula.

Un Régimen que, según señaló hace ya un tiempo un ilustre intelectual, como pocas veces en la historia de nuestro Perú se articularon eficientemente fuerzas armadas, clases dominantes y clero católico: nunca fue tan clara la armonía de sus intereses.

Un Régimen cuyo lado más tenebroso (el del asesinato alevoso y cobarde, del abuso prepotente amparado en el poder de las armas y la impunidad), acaba de ser sancionado ejemplar y simbólicamente con la sentencia a Fujimori.

Un Régimen cuyos escandalosos actos de corrupción generan reacciones encontradas, desde el popular “roba pero hace obra”, hasta las maniobras veladas o abiertas por dejar sin sanción estos
hechos, sea por políticos que no quieren sentar precedentes que luego puedan perseguirlos a ellos, o por quienes desde perfumadas y cómodas oficinas se beneficiaron del latrocinio de las arcas y bienes públicos. La historia completa y minuciosa de este capítulo, está aún pendiente de ser indagada, escrita y ojalá sancionada.

Pero los actos corruptos y corruptores abren rutas interesantes de reflexión. Así como muchos no quieren recordar que la corrupción no fue sólo acto de políticos o militares empeñados en enriquecerse a costa de nuestro dinero, sino que involucró a empresarios que hoy se quieren presentar casi como modelos de ciudadanos, tampoco se quiere hacer mucho esfuerzo en recordar el tristemente recordado fujishock, que no fue otra cosa sino la violenta expropiación de los ingresos de las mayorías.

Necesitamos por ello no sólo recordar, sino reflexionar sobre lo que significó la década de los 90’. Valdría la pena tal vez empezar a dejar de caracterizar a ese Régimen como fujimorista, o fujimontesinista. La magia de las palabras nos lleva, por fuerza de la costumbre, a cargar las tintas de la responsabilidad sólo en esos dos personajes. Y la fuerza de los reflectores de la prensa, la fuerza de nuestra animadversión, tiende sombras alrededor suyo.

¿Realmente Fujimori (y su par Montesinos) fueron tan capaces y geniales de construir solos ese Régimen asesino y corrupto? Sus intentos histriónicos en los tribunales, además de penosos y lamentables, hacen evidentes sus limitaciones. No fueron ellos solos. Conviene recordarlo en este momento de sanciones y sentencias que aspiramos a que sean históricas.

El régimen de los 90’ fue la estocada final para una estructura legal heredada desde los 70’, que mal que bien, protegía derechos de trabajadores, protegía la tierra de los campesinos, brindaba servicios públicos. ¿Herencia velasquista? Sí, por supuesto, pero no totalmente. Herencia también de las luchas de obreros y campesinos . Herencia de los esfuerzos de una izquierda que se encontró con un pueblo movilizado.

El régimen de los 90’ expresó claramente la derrota de las aspiraciones, sueños, proyectos (llamémoslos como mejor nos quede ahora, finalmente son sólo recuerdos) que se expresaron en
partidos, en gremios, en alianzas, en movilizaciones, en fin, en la ilusión de la gente sencilla, de que era posible, alguna vez, hacerse un sitio en la historia.

El pretexto de la guerra senderista, el descalabro de la economía fue el pretexto perfecto para implementar las medidas necesarias para desmontar los mecanismos de defensa y protección de derechos, que con todas sus limitaciones, allí estaban, como los endebles techos de palma que protegen de las lluvias. No son suficientes, pero protegen, así sea temporal y precariamente.

El Régimen le abrió las puertas al capital. Y el capital se enseñoreó con una impunidad que puede provocar arcadas. Esos fueron y son los cimientos sobre los cuales se construyó nuestra actual “prosperidad”. Tal vez sea innecesario abundar sobre los límites de esa prosperidad. Se ha escrito bastante sobre ella.

Pero a propósito del juicio y la sentencia Fujimori, vale la pena preguntarse si algún día se podrá sentar también en los tribunales a todos aquellos que en nombre de la prosperidad, se enriquecieron a costa de todos nosotros. Que se siguen enriqueciendo a costa de no pagar sueldos justos, a costa de no pagar impuestos al Estado, a costa de seguir siendo impunes.

Pero esos juicios no se hacen en los tribunales. Esos juicios se hacen en las calles. Se hacen construyendo mayorías. Se hacen renovando eso que llamamos política. Se hace volviendo a construir ese sueño que sueña la gente, de poder, alguna vez, construir su propio destino, su propia historia.

Madre Dignidad