Hidroeléctricas e infraestructura vial en América Latina. ¿SUBIMPERIALISMO BRASILEÑO EN ASCENSO? por Ana García Muller

Brasil está en el tercer lugar del ranking de las 100 empresas de países «emergentes» con potencial para desafiar a las transnacionales estadounidenses y europeas.

Son 14 las empresas con origen en Brasil, solamente por detrás de compañías de China e India. Vemos, así, que las empresas con origen en Brasil no sólo crecen, sino que se internacionalizan y ganan más importancia en el escenario internacional, y en la política exterior brasileña, convirtiéndose también en agentes de conflictos entre Estados. Entre los más emblemáticos están los casos de conflicto entre Brasil y Bolivia, debido a la nacionalización del petróleo en aquel país en 2006, y entre Brasil y Ecuador el último año, debido a los problemas causados por la constructora Odebrecht en la construcción de la hidroeléctrica San Francisco.

En general, las empresas transnacionales son uno de los principales motores del desarrollo capitalista. Detrás de una gran empresa hay siempre un Estado fuerte, que la financia y estructura el campo jurídico y político para que ella actúe. Y detrás de un Estado hegemónico hay siempre empresas transnacionales que actúan dentro y fuera del país, llevando su marca y creando su imagen junto a la del país potencia. Esta mezcla entre capital y Estado es característica de la hegemonía capitalista, en la que los intereses de las clases dominantes son presentados como universales.


Transnacionales y «subimperialismo»

La hegemonía estadounidense tuvo como uno de sus principales pilares las Inversiones Extranjeras Directas (IED), la exportación de capital a través de la expansión e instalación de sus empresas por todo el mundo. A través de estas inversiones se construyó una interrelación entre política y economía, expandiendo y profundizando las áreas de influencia y control de los EE.UU. Brasil busca desarrollarse partiendo de este modelo. Marini analizó en los 70 el proceso de internacionalización de la economía brasileña a través de lo que llamó «subimperialismo», del que Brasil, pero también España, serían casos típicos. Ésta es la forma que asume una economía dependiente, al llegar a la etapa de los monopolios y del capital financiero, con una composición orgánica media de los aparatos productivos en la escala mundial, y una política expansionista. El subimperialismo brasileño es el resultado de un fenómeno económico, y de un proyecto político, que tiene su inicio con la dictadura militar.


Políticas públicas para la internacionalización empresarial

En 2006, las 20 mayores empresas transnacionales brasileñas invirtieron 56000 millones de dólares en el exterior. La compra de la minera canadiense Inco pela Vale en este mismo año hizo que Brasil pasara de receptor de inversiones a inversor internacional. Pero también las siderúrgicas, (Gerdau, CSN), manufactureras (Embraer) y constructoras (Odebrecht, Camargo Correa) están entre las principales empresas transnacionales con actividades en diversas partes del mundo, de forma que 77000 trabajadores están empleados por las «transbrasileñas» en el exterior.

Tenemos dos pilares importantes de la conexión entre Estado y empresas: la política exterior y la de crédito. A partir de 2003, con la nueva línea de crédito especial del banco brasileño de desarrollo (BNDES), las empresas encontraron financiación gubernamental específica para su expansión. El objetivo del banco fue estimular la inserción externa de las empresas, si promueven las exportaciones brasileñas. Así, el BNDES modificó su estatuto, y pasó a apoyar empresas con capital brasileño en la implantación de inversiones en el exterior, pero con énfasis comercial, especialmente vinculado a proyectos de integración regional.

Las empresas fueron las grandes beneficiadas de proyectos de integración regional basados en la infraestructura, especialmente en el marco de la IIRSA. Además, en su participación en instancias internacionales, Brasil muestra una postura ambigua: al tiempo que se dice «autónomo» e independiente, busca dejar intactas las verdaderas causas de las asimetrías internacionales. En vez de generar una política exterior que pueda transformar las jerarquías y los mecanismos mundiales que mantiene un sistema desigual, busca precisamente lo contrario: ser parte del juego internacional, para poder convertirse en uno más de los que «dictan las reglas», perpetuando y profundizando así las propias instituciones y mecanismos de poder.


Resistencias y frentes de lucha

Tenemos, por tanto, una situación compleja para las poblaciones afectadas por las ETN brasileñas, dentro y fuera de Brasil. Fuera, las empresas actúan como cualquier otra transnacional, causando diversos problemas ambientales, sociales, laborales, y generando conflictos políticos entre gobiernos y empresas. Violaciones e impactos que se dan también dentro del país. En Brasil, un país con problemas gravísimos de pobreza, desigualdad, injusticia; con una historia de inserción subordinada y periférica en el sistema internacional, la lucha contra las transnacionales brasileñas se vuelve mucho más compleja, diferenciándose en buena medida de las luchas contra empresas europeas y estadounidenses.

Las empresas son representadas por gobiernos y por los medios de opinión pública como los motores de desarrollo nacional, símbolo de un Brasil «moderno» y nuevo, capaces de competir en el mercado internacional entre «las grandes».

Para los movimientos sociales brasileños, esta situación se vuelve más compleja cuando el Gobierno, al tiempo que defiende vehementemente a las empresas, busca dialogar y no entrar en enfrentamiento directo con los gobiernos vecinos. Esta «prudencia» -que en estos casos recibe apoyo de sectores de la izquierda en contra de otros sectores de la elite nacional, que presentan un posicionamiento hostil a los gobiernos progresistas de la región- debe ser entendida dentro de la tentativa de construcción de una hegemonía regional.

Por lo tanto, es necesario que entendamos esta dinámica de la política externa, su representación en la opinión pública, y sus efectos en el imaginario popular. El «subimperialismo» brasileño nos pone en una nueva situación con dos frentes de lucha concomitantes. Tenemos el enfrentamiento directo con las empresas, y los agentes del Estado que las apoyan, contra proyectos destructores de los medios de vida de miles de personas, del medioambiente, absorbedoras de créditos públicos y, de esta forma, de la renta de la población. Aquí, los intereses privados de las empresas se mezclan con el «interés nacional» y la defensa de las empresas en conflicto con gobiernos de otros países se presenta en nombre de toda la población brasileña.

¿El pueblo brasileño está ganando sobre la explotación de otros pueblos? Finalmente, ¿para qué y para quién? Y ésta es la pregunta que queremos plantear aquí. Entendemos que el esfuerzo de crecimiento de Brasil es un esfuerzo de la población trabajadora. Es del trabajo de la población de donde nace la generación del valor, que se hace recurso para el Estado. Entendemos que estos recursos, al ser aplicados en las empresas, en las Instituciones Financieras Internacionales (como el FMI), y en los megaproyectos de infraestructura, están siendo usados de forma perversa, contra los intereses de justicia social, laboral y ambiental de la clase trabajadora.